Diario Trabajador Social


Más allá del papel: cuando los planes de juventud olvidan a quienes más lo necesita

Una reflexión más del diario de un trabajador social

11 de octubre de 2025 — Lleida

Hoy me siento en el ordenador con esa sensación agridulce que te deja el contraste entre lo que aprendes en las aulas y lo que ves cada día en la calle. Acabo de terminar una de las asignaturas del Máster Interuniversitario de Juventud y Sociedad que más me ha removido: Políticas Públicas de Juventud. Y necesito escribir sobre ello, porque si no lo hago, siento que todo este conocimiento se queda flotando en el aire, sin aterrizar en la realidad que yo vivo cada día como trabajador social en Lleida.

Debo reconocer que esta asignatura me ha ayudado a ordenar el conocimiento, a tener una visión más clara de qué sería lo ideal —aunque a veces suene utópico— y, sobre todo, a comprender que las políticas públicas son el eje vertebrador de todas las acciones que luego se desarrollan con y para la juventud. Sin políticas públicas sólidas, todo lo demás se tambalea. Es como intentar construir una casa sin cimientos.

Durante las sesiones hemos debatido sobre diferentes modelos, hemos discrepado con compañeros y compañeras en algunos puntos, y hemos compartido experiencias de contextos socioculturales muy diferentes. Algunos venían de grandes ciudades otros de pequeños pueblos, incluso había compañeros de Latinoamérica o ¡Xina!. Todas esas comparativas me han servido para coger perspectiva y para entender mejor este mundo global e interconectado en el que vivimos. Pero también me han hecho darme cuenta de algo: que a veces nos perdemos en la teoría y olvidamos que detrás de cada estadística, de cada objetivo estratégico, de cada indicador de evaluación, hay personas reales. Jóvenes de carne y hueso que están esperando que alguien les escuche de verdad.

Y es precisamente de eso de lo que quiero hablar hoy: del Plan Local de Juventud de Lleida 2022-2025. Porque después de analizarlo en profundidad durante el máster, después de compararlo con otros planes, después de estudiarlo desde todos los ángulos posibles, tengo sentimientos encontrados. Y creo que es importante compartirlos, no desde la queja estéril, sino desde la crítica constructiva que nace de quien se preocupa de verdad por su ciudad y por su gente.

Así que hoy vengo a escribir desde el corazón, desde las entrañas, de forma crítica pero también profesional, con la intención de que estas palabras sean útiles tanto para los profesionales del ámbito como para la sociedad en general. Porque al final, de eso se trata: de que lo que aprendemos sirva para mejorar la vida de las personas, especialmente de aquellas que más lo necesitan.

🏗️ Un plan técnicamente impecable… pero ¿conectado con la realidad?

Voy a ser honesto: el Plan Local de Juventud de Lleida 2022-2025 es, técnicamente hablando, un buen documento. Y no lo digo para hacer la pelota a nadie, porque quien me conoce sabe que no tengo pelos en la lengua cuando algo no me gusta. Pero en este caso, en comparación con planes antiguos que he revisado o con planes de otras localidades que hemos analizado en el máster, debo reconocer que estamos ante un plan con una base estadística sólida.

Hace una radiografía del territorio exhaustiva: datos demográficos, socioeconómicos, culturales, educativos… Todo está ahí. Además, el plan desarrolla toda una serie de actividades y proyectos que se despliegan a través de estrategias diseñadas para dar solución a unos retos que la propia juventud de Lleida detectó en 2021-2022. Esto, sobre el papel, es ejemplar: un plan participativo, basado en evidencias, con objetivos claros y estrategias definidas.

Como señalan Soler, Bayot y Vila (2003), “la elaboración de planes integrales de juventud debe partir de un análisis riguroso de la realidad local, pero también debe garantizar la participación activa de los y las jóvenes en todo el proceso, desde el diagnóstico hasta la evaluación” (p. 62). En este sentido, el plan de Lleida cumple formalmente con estos requisitos.

Pero aquí viene el “pero” que me ronda la cabeza desde hace semanas: ¿realmente este plan conecta con todos los jóvenes de Lleida? ¿O solo conecta con aquellos jóvenes que ya están dentro del sistema, que ya participan en entidades, que ya acuden a los espacios municipales?

Porque, seamos sinceros, ningún modelo es perfecto. Siempre hay margen de mejora. Este plan acaba en 2025 y, sinceramente, desconozco si ya se está preparando el nuevo. Pero más allá de analizar y alabar ese documento —que insisto, creo que es muy potente—, me gustaría poner en duda su aplicabilidad real y su conexión con las realidades juveniles actuales. Esas realidades que yo veo cada día cuando salgo a la calle, cuando hablo con jóvenes que nunca pisarían un centro cívico, cuando me encuentro con chavales durmiendo en cajeros automáticos.

🗣️ La participación juvenil: ¿estamos escuchando a todos los jóvenes?

Y aquí es donde empieza mi crítica constructiva, la que nace de la experiencia y no solo de los libros. Los jóvenes de hoy tienen formas de organización y sistemas de participación muy diferentes a los de hace diez o veinte años. Esto no es una opinión, es un hecho que cualquiera que trabaje con juventud puede constatar.

Los jóvenes de 2025 no se organizan necesariamente en asociaciones registradas con estatutos y juntas directivas. No acuden religiosamente a consejos de juventud. No participan en procesos formales de consulta donde hay que rellenar formularios y asistir a reuniones programadas con tres meses de antelación. Están en colectivos informales que nacen y mueren en cuestión de semanas. Están en redes sociales organizando quedadas espontáneas. Están en movimientos que surgen de la nada y que tienen más fuerza que muchas asociaciones centenarias. Están en okupaciones, en la calle, en espacios que ni siquiera sabemos que existen.

Como profesionales, como trabajadores sociales, como técnicos de juventud, debemos adaptarnos a esas nuevas modalidades y buscar los mecanismos y sistemas para seguir trabajando con esos jóvenes. No solo con los que tenemos “encerrados en cuatro paredes” a los que llamamos, hablamos y consultamos cómodamente desde nuestros despachos. Necesitamos tener una radiografía más consciente y real del territorio, intentando que no excluya a ningún joven. Y eso significa salir de nuestra zona de confort.

Barbero y Cortés (2005) nos recuerdan: “el trabajo comunitario exige salir de los despachos y de las instituciones para encontrarse con las personas allí donde están, en sus contextos reales, con sus formas propias de organización y expresión” (p. 112).

Esta premisa, que debería ser la base de cualquier intervención social, se olvida constantemente en la planificación de políticas de juventud. Y el resultado es que si los planes solo escuchan y trabajan con los jóvenes que ya están dentro del sistema, estamos dejando fuera una parte enorme, quizás la más vulnerable, de la realidad juvenil. Estamos haciendo planes para los jóvenes fáciles, para los que ya están salvados, para los que tienen recursos, redes de apoyo, capacidad de organizarse formalmente. ¿Y los otros? ¿Los invisibles? ¿Los que están en los márgenes?

🏚️ Los jóvenes invisibles: la lacra de los sin techo

Y aquí llego al punto que más me duele, el que me quita el sueño, el que me hace cuestionarme cada día si realmente estamos haciendo bien nuestro trabajo: los jóvenes sin techo.

Quiero poner especial énfasis en este colectivo porque está en auge en nuestra ciudad. Y no es una percepción mía, no es una exageración. Es una realidad que veo cada vez que camino por el centro de Lleida, cada vez que paso por la estación de autobuses, cada vez que cruzo por el Barris Nord. Jóvenes durmiendo en cajeros, en portales, en parques. Jóvenes pidiendo en semáforos. Jóvenes con la mirada perdida, con el presente roto y el futuro inexistente.

Y debo decir, con toda la contundencia que puedo, que esto es una lacra como sociedad y como civilización. Es un indicador negativo, brutal, de que estamos enfermos como sociedad civil. Porque una sociedad que permite que sus jóvenes duerman en la calle es una sociedad que ha fracasado en lo más básico.

A lo mejor me equivoco en los números, a lo mejor mi percepción está sesgada por mi trabajo, pero me parece haber visto un aumento significativo de jóvenes en situación de calle en Lleida en los últimos años. Jóvenes que se ven abocados a delinquir para sobrevivir, a prostituirse para comer, o simplemente abocados a un presente oscuro y un futuro que ni siquiera existe en su imaginario.

Y cuando reviso el Plan Local de Juventud de Lleida, cuando lo leo con detenimiento, me hago una pregunta que me remueve por dentro: ¿dónde están estos jóvenes en el plan? ¿Cómo se les ha consultado? ¿Qué estrategias específicas hay para ellos? ¿Qué objetivos concretos se han marcado para reducir el sinhogarismo juvenil?

Porque estos jóvenes no encajan en las categorías “cómodas” de los planes de juventud. No están en institutos rellenando encuestas sobre sus necesidades. No están en centros cívicos participando en grupos focales. No están en asociaciones juveniles dando su opinión sobre qué actividades les gustaría que se organizaran. Están en los márgenes, literalmente en la calle, y su voz no se escucha en los procesos participativos formales. Son invisibles para el sistema. Y lo que es invisible, no existe. Y lo que no existe, no se atiende.

Como señala Comas Arnau (2008) en su manual de evaluación para políticas de juventud, “una política de juventud que no llegue a los sectores más vulnerables y excluidos no es una política integral, sino una política parcial que reproduce las desigualdades existentes” (p. 45).

Esta afirmación debería hacernos reflexionar profundamente, debería incomodarnos, debería movernos a la acción.

🔍 ¿Es posible hacer planes que lleguen a todos los jóvenes?

Después de toda esta crítica, alguien podría pensar que soy un pesimista, que solo veo problemas y no soluciones. Pero nada más lejos de la realidad. Creo firmemente que sí, que es posible hacer planes que lleguen a más jóvenes, no solo a los organizados, no solo a los visibles, no solo a los cómodos. Pero para eso se necesita un cambio de paradigma, una revolución en la forma de entender la participación juvenil y las políticas públicas.

Y no hablo de cambios cosméticos, de añadir un objetivo más al plan o de hacer una actividad puntual para jóvenes en exclusión. Hablo de cambios estructurales, profundos, que requieren valentía política, recursos económicos y, sobre todo, voluntad real de transformación.

1. Un equipo de participación con base en el conocimiento político y la participación ciudadana

No basta con tener técnicos de juventud que diseñen actividades y gestionen subvenciones. Se necesita un equipo multidisciplinar que entienda los procesos de participación ciudadana de verdad, que conozca las dinámicas políticas locales pero que también tenga la capacidad de trabajar de forma independiente, sin un sesgo político marcado y sin un control excesivo por parte de las administraciones.

Porque seamos claros: la participación real no se da cuando la administración decide qué, cómo, cuándo y dónde se participa. La participación real se da cuando se crean espacios de autogestión, de confianza, de vínculo genuino con los jóvenes. Espacios donde los jóvenes sienten que realmente se les escucha, que sus opiniones importan, que sus decisiones tienen peso.

Y para eso se necesita independencia. No digo que la administración no deba estar presente, pero sí que debe aprender a estar en un segundo plano, facilitando recursos pero no controlando el proceso. Porque los jóvenes no son tontos. Saben cuándo se les está utilizando para legitimar decisiones ya tomadas. Saben cuándo un proceso participativo es real y cuándo es puro teatro, puro lavado de cara institucional.

2. Metodologías de análisis de la realidad más inclusivas y creativas

El documento que hemos trabajado en el máster sobre el diseño y evaluación de planes de juventud menciona decenas de técnicas para analizar la realidad del entorno. Y no son técnicas inventadas, son metodologías probadas, con base científica, que funcionan: mapas emocionales, derivas urbanas, grupos de discusión, talleres EASW (European Awareness Scenario Workshop), estatuas de representación de la realidad, collages de análisis social…

Escudero (2004) propone técnicas como “la exploración y deriva urbana”, “el mapa emocional de la ciudad” o “nuestro pueblo con nuestros ojos”, que permiten captar la percepción y la vivencia de los jóvenes sobre su territorio de una forma mucho más rica y real que una simple encuesta online que nadie se lee y que todo el mundo rellena en cinco minutos sin pensar (p. 167-176).

Pero aquí viene mi pregunta: ¿se utilizan realmente estas metodologías? ¿O seguimos haciendo lo de siempre: una encuesta online, un par de reuniones con las asociaciones de siempre, y ya está, ya tenemos el diagnóstico participativo?

¿Por qué no salir a la calle a hacer derivas urbanas con jóvenes sin techo para que nos enseñen su ciudad, su mapa mental, sus espacios seguros y sus espacios de miedo? ¿Por qué no crear mapas emocionales con jóvenes que okupan espacios para entender qué significa para ellos la ciudad, qué lugares son suyos y cuáles les expulsan? ¿Por qué no hacer talleres de futuro con colectivos informales que se organizan a través de Instagram o TikTok?

Estas metodologías existen, están documentadas, funcionan. Solo falta voluntad de utilizarlas. Y valentía para salir de lo conocido.

3. Independencia y autogestión: claves para la confianza

Ya lo he dicho antes, pero quiero insistir porque creo que es fundamental: la independencia de los procesos de participación es clave para generar confianza. Y sin confianza, no hay participación real.

Los jóvenes, especialmente los más vulnerables, los que han sido expulsados del sistema una y otra vez, tienen un detector de mentiras muy afinado. Saben cuándo alguien va de verdad y cuándo alguien va a cumplir el expediente. Saben cuándo un espacio es realmente suyo y cuándo es un espacio controlado por la administración donde se les permite entrar si se portan bien y siguen las normas.

Por eso, la autogestión juvenil, el empoderamiento real, solo se da cuando los jóvenes sienten que el espacio es suyo, que las decisiones son suyas, que el proyecto es suyo. No un proyecto “para ellos” diseñado por adultos bienintencionados, sino un proyecto “de ellos” donde los adultos acompañamos, facilitamos, pero no dirigimos.

Como afirma Soler (2011), “la animación sociocultural debe ser una estrategia para el desarrollo y el empoderamiento de comunidades, no una herramienta de control social disfrazada de participación” (p. 78).

Esto no significa que la administración no deba estar presente. Al contrario, debe estar presente facilitando recursos económicos, espacios, formación, acompañamiento profesional. Pero debe aprender a estar sin controlar, sin dirigir, sin imponer su agenda. Y esto, lo reconozco, es muy difícil. Requiere un cambio cultural profundo en cómo entendemos la gestión pública y la relación entre instituciones y ciudadanía.

4. Crear sentido de pertenencia: que los jóvenes sientan la ciudad como suya

Uno de los grandes problemas que observo, no solo en Lleida sino en muchas ciudades, es la alienación entre lo público y lo individual, entre lo colectivo y lo privado. Los jóvenes no sienten suyos los espacios de la ciudad: ni los parques, ni los jardines, ni las plazas, ni siquiera los espacios dirigidos justamente a ellos, como los centros juveniles o los equipamientos culturales.

¿Y por qué no los sienten suyos? Porque no han participado en su diseño. Porque no se les ha consultado realmente sobre qué necesitan, qué quieren, cómo imaginan esos espacios. Porque cuando llegan a esos espacios, se encuentran con normas que no han decidido ellos, con horarios que no tienen sentido para sus ritmos de vida, con actividades que no les interesan pero que alguien decidió que eran “buenas para ellos”.

Y cuando un espacio no es tuyo, no lo cuidas. No lo respetas. No lo utilizas. O lo utilizas de formas que no estaban previstas, de formas que los adultos consideramos “inadecuadas” o “problemáticas”. Y entonces vienen las quejas: que los jóvenes ensucian los parques, que hacen botellón, que hacen ruido, que no respetan nada. Pero nadie se pregunta: ¿qué espacios hemos creado para ellos? ¿Qué alternativas les hemos dado? ¿Les hemos preguntado qué necesitan?

Cembranos, Montesinos y Bustelo (1997) lo expresan: “La animación sociocultural debe partir del reconocimiento de que las personas son sujetos activos de su propia realidad, no objetos pasivos de intervención. Solo desde este reconocimiento se puede construir una verdadera participación” (p. 35).

Sujetos activos, no objetos pasivos. Protagonistas de su vida, no receptores de servicios. Creadores de su ciudad, no usuarios de espacios que otros han diseñado para ellos. Este cambio de mirada lo cambia todo.

💡 Propuestas concretas para un plan de juventud más inclusivo

Después de toda esta reflexión crítica, no quiero quedarme solo en la queja, en el lamento, en el “todo está mal”. Eso sería fácil y, además, inútil. Quiero aportar propuestas concretas, viables, que podrían implementarse en el próximo Plan Local de Juventud de Lleida —y de cualquier otra ciudad que quiera hacer las cosas de verdad.

Son propuestas que nacen de mi experiencia en la calle, de lo que he aprendido en el máster, de conversaciones con compañeros y compañeras, de errores que he cometido y de aciertos que he visto funcionar. No son la solución mágica a todos los problemas, pero creo que podrían marcar una diferencia real en la vida de muchos jóvenes.

1. Crear un equipo de “educadores de calle” especializado en participación

Necesitamos profesionales que salgan a la calle de verdad, no solo a hacer una visita puntual o a repartir folletos. Profesionales que establezcan vínculos reales, sostenidos en el tiempo, con jóvenes en situación de vulnerabilidad. Que les acompañen en procesos de participación adaptados a sus realidades, a sus ritmos, a sus formas de estar en el mundo.

No se trata de llevarles a un centro cívico a rellenar una encuesta sobre sus necesidades. Se trata de crear espacios de confianza, donde sea que ellos estén, donde puedan expresarse sin miedo, sin juicio, sin sentir que están siendo evaluados o controlados.

Este equipo debería tener formación específica en educación de calle, en reducción de daños, en trabajo con colectivos en exclusión, pero también en metodologías participativas. Porque no basta con estar en la calle, hay que saber cómo facilitar procesos de participación que realmente empoderen a las personas.

2. Utilizar metodologías participativas innovadoras

Ya lo he mencionado antes, pero quiero insistir: hay que implementar técnicas como las derivas urbanas, los mapas emocionales, los talleres de futuro, las estatuas de representación de la realidad, los collages de análisis social. Metodologías que permitan a los jóvenes expresarse de formas no convencionales, especialmente a aquellos que no se sienten cómodos en espacios formales, que no tienen facilidad de palabra, que no saben “hablar bien” en reuniones oficiales.

Estas metodologías son inclusivas porque permiten múltiples formas de expresión: visual, corporal, espacial, narrativa. No todo el mundo se expresa bien rellenando un cuestionario o hablando en una reunión. Pero todo el mundo tiene algo que decir si le damos las herramientas adecuadas.

Y además, estas metodologías son divertidas, creativas, generan vínculos entre participantes. No son aburridas como una reunión formal donde alguien lee un PowerPoint y luego te pide opinión. Son experiencias que se recuerdan, que generan conversaciones, que crean comunidad.

3. Garantizar la independencia de los procesos participativos

Crear espacios de participación gestionados por entidades del tercer sector, colectivos juveniles o plataformas ciudadanas, con financiación pública pero sin control político directo. Esto generará mayor confianza y mayor participación real.

La administración debe poner los recursos, pero no debe dirigir el proceso. Debe confiar en que los profesionales y los propios jóvenes sabrán llevar adelante procesos participativos genuinos. Y debe estar dispuesta a escuchar conclusiones que quizás no le gusten, propuestas que quizás no encajen con su agenda política.

Porque si la administración solo quiere escuchar lo que confirma sus decisiones previas, entonces no estamos hablando de participación, estamos hablando de manipulación. Y los jóvenes lo detectan enseguida.

4. Incluir indicadores específicos sobre jóvenes en situación de exclusión

El plan debe incluir objetivos claros, estrategias concretas e indicadores medibles específicos para jóvenes sin techo, jóvenes en situación de prostitución, jóvenes en conflicto con la ley, jóvenes migrantes sin red de apoyo, jóvenes con problemas de salud mental sin seguimiento, jóvenes que han abandonado el sistema educativo sin alternativas…

No pueden ser invisibles en el plan. No pueden ser una nota a pie de página o una mención genérica en el apartado de “colectivos vulnerables”. Deben tener presencia real, con recursos específicos asignados, con profesionales dedicados, con estrategias adaptadas a sus necesidades.

Y los indicadores de evaluación deben medir no solo cuántos jóvenes han participado en actividades, sino qué perfiles de jóvenes han participado. ¿Hemos llegado a los más vulnerables? ¿Hemos escuchado a los que nunca se escucha? ¿Hemos reducido las desigualdades o las hemos mantenido?

5. Crear espacios de autogestión juvenil real

Ceder espacios públicos a colectivos juveniles para que los gestionen de forma autónoma, con acompañamiento profesional pero sin control directo. Esto generará sentido de pertenencia, responsabilidad y capacidad de organización.

Sé que esto da miedo a muchos políticos y técnicos. ¿Y si lo rompen todo? ¿Y si hacen cosas que no nos gustan? ¿Y si hay quejas de vecinos? Pero el miedo no puede paralizarnos. Hay que confiar en los jóvenes, darles oportunidades reales de demostrar que pueden gestionar espacios, que pueden organizarse, que pueden crear cosas valiosas.

Y sí, habrá errores. Habrá conflictos. Habrá momentos difíciles. Pero eso es parte del aprendizaje. Nadie aprende a gestionar espacios sin tener la oportunidad de hacerlo. Y si siempre controlamos todo, si siempre decidimos todo, nunca daremos esa oportunidad.

6. Evaluar el plan no solo por actividades realizadas, sino por inclusión real

Los indicadores de evaluación tradicionales miden cosas como: número de actividades realizadas, número de participantes, grado de satisfacción, presupuesto ejecutado. Y todo eso está bien, es necesario. Pero no es suficiente.

Como señala Comas Arnau (2008), “la evaluación de las políticas de juventud debe incorporar indicadores de equidad, que midan no solo la eficacia y la eficiencia, sino también la justicia social y la inclusión” (p. 89).

Necesitamos indicadores que midan: ¿Hemos reducido las desigualdades entre jóvenes? ¿Hemos llegado a los colectivos más excluidos? ¿Han participado jóvenes que nunca antes habían participado en nada? ¿Se sienten los jóvenes más escuchados que antes? ¿Tienen más capacidad de influir en las decisiones que les afectan?

Estos indicadores son más difíciles de medir, requieren metodologías cualitativas, requieren tiempo y recursos. Pero son los que realmente nos dirán si estamos transformando la realidad o solo gestionando actividades.

🕊️ Conclusión: del papel a la calle, de la teoría a la vida

Llego al final de esta reflexión con la misma sensación con la que empecé: agridulce. Agria porque veo las limitaciones, las contradicciones, las ausencias de los planes de juventud actuales. Dulce porque creo que hay caminos posibles, que hay profesionales comprometidos, que hay jóvenes con ganas de participar si les damos oportunidades reales.

Los planes de juventud son herramientas necesarias, útiles, fundamentales. No estoy diciendo que hay que eliminarlos o que no sirven para nada. Al contrario, creo que son imprescindibles para ordenar la acción pública, para asignar recursos, para dar coherencia a las intervenciones. Pero no pueden quedarse en documentos técnicamente impecables que solo sirven para justificar subvenciones o para adornar páginas web municipales.

Deben ser instrumentos vivos, dinámicos, inclusivos, que realmente transformen la vida de todos los jóvenes, especialmente de aquellos que están en los márgenes. Aquellos que nadie ve, que nadie escucha, que nadie tiene en cuenta cuando se diseñan políticas públicas.

Como trabajadores sociales, como educadores, como técnicos de juventud, tenemos la responsabilidad de salir de nuestros despachos, de nuestras zonas de confort, de nuestras reuniones cómodas con las asociaciones de siempre. Tenemos la responsabilidad de encontrarnos con los jóvenes allí donde están: en la calle, en los espacios okupados, en las redes sociales, en los márgenes del sistema, en los lugares donde nadie más va.

Solo así podremos hacer planes de juventud que no dejen a nadie atrás. Solo así podremos construir ciudades donde todos los jóvenes, sin excepción, sientan que tienen un lugar, una voz, un futuro. Porque al final, de eso se trata: de que ningún joven se sienta invisible, de que ningún joven se sienta excluido, de que ningún joven tenga que dormir en la calle mientras nosotros diseñamos planes que no les contemplan.

Es hora de pasar del papel a la calle, de la teoría a la vida, de los planes perfectos a las realidades imperfectas pero reales. Es hora de mancharnos las manos, de equivocarnos, de aprender con los jóvenes y no solo sobre los jóvenes. Es hora de hacer políticas públicas que realmente lleguen a quien más lo necesita.

Porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará? Y si no lo hacemos ahora, ¿cuándo?

Lleida, 11 de octubre de 2025.


Referencias bibliográficas

  • Barbero, J.M.; Cortés, F. (2005). Trabajo comunitario, organización y desarrollo social. Madrid: Alianza Editorial.
  • Cembranos, F.; Montesinos, D. H.; Bustelo, M. (1997). La animación sociocultural: una propuesta metodológica. Madrid: Editorial Popular.
  • Comas Arnau, D. (2008). Manual de evaluación para políticas, planes, programas y actividades de juventud. Madrid: INJUVE.
  • Escudero, J. (2004). Análisis de la realidad local. Técnicas y métodos de investigación desde la Animación Sociocultural. Madrid: Narcea.
  • Soler, P. (Coord.) (2011). L’animació sociocultural. Una estratègia pel desenvolupament i l’empoderament de comunitats. Barcelona: UOC.
  • Soler, P.; Bayot, A.; Vila, J. (2003). “Pautas para la elaboración de planes integrales de juventud. Una propuesta desde el contexto de Cataluña”. Jóvenes. Revista de Estudios sobre Juventud, núm. 18, pp. 60-89.

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